Se confiesan unas monjas por el orden que mantenían en la fila y, la primera, empieza:
- Hoy le agarré la pichita, con la mano derecha, a un hombre.
- Pues purifica esa mano, lavándola en la pila del agua bendita.
- A mí, me metió un hombre su miembro viril por el culo.
- ¡Lo mismo! Purifícalo, lavándote bien la zona, con agua bendita.
En ese momento, la tercera se adelantó y preguntó:
- ¿Puedo ser, yo, la primera en purificarme?
- ¿Tiene prisa, sor Inés?
- ¡Es que me va a mandar hacer gárgaras!
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