Después de que los terroristas incendiaran la Casa Blanca, George Bush lloriqueaba:
- ¡He perdido mis libros!... ¡Qué desgracia!... ¡Qué desventura!
Un oropesino, amigo suyo, estaba a su lado y le preguntó para consolarle:
- ¡Qué pena!... ¿Y cuántos libros tenía, señor presidente?
- ¡Dos! Bueno... El segundo, no lo acabé de colorear, aún.
- ¡He perdido mis libros!... ¡Qué desgracia!... ¡Qué desventura!
Un oropesino, amigo suyo, estaba a su lado y le preguntó para consolarle:
- ¡Qué pena!... ¿Y cuántos libros tenía, señor presidente?
- ¡Dos! Bueno... El segundo, no lo acabé de colorear, aún.
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